Me encanta la idea de jugar con las imágenes, entrelazando lo espiritual y lo carnal, como si el alma se derramara en la piel y el deseo fuera un lenguaje antiguo, instintivo pero profundo.
en donde las fotos jadean, sedientas, y en su roce se funden como pecado y plegaria, como si el cuerpo fuera un templo y la pasión, su religión más antigua.
El coito deja de ser solo carne: se vuelve comunión salvaje, un ritual en el que el alma se desboca, galopa desnuda y se convierte en una fiera luminosa que muerde y acaricia a la vez.
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